domingo, 26 de septiembre de 2021

  La inmigración se reducirá cuando los países que la atraen ...

La inmigración

El movimiento social de la inmigración es un problema que afecta a todos. Desde el apartado de ver, la Doctrina Social de la Iglesia observa la problemática y sus consecuencias. En nuestros días son numerosas las personas que se dirigen a países más desarrollados que los suyos, huyendo del hambre, las guerras, el desempleo. La Doctrina social de la Iglesia, desde sus comienzos, ha mostrado especial sensibilidad ante un drama humano ante el que hay que dar una respuesta. La metodología que usa la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), se basa en tres conceptos: ver, juzgar y actuar. Este trabajo intenta seguir esta metodología.

La Constitución apostólica “Exsul Familia Nazarethana”, del papa Pío XII, en 1952, fue la que sentó unas bases concretas sobre este problema. Es un fenómeno complejo en sus causas y consecuencias, y que la doctrina social de la Iglesia lo ve desde un contexto de globalización, por la propia interdependencia de los Estados. La primera consideración es que la globalización ha derribado barreras económicas y de información pero no la libre circulación de personas. Otro punto a observar es el cambio demográfico en las sociedades desarrolladas, cada vez nacen menos niños, se necesitan más mano de obra cualificada y no cualificada; y se crean expectativas laborales y de promoción personal interesantes. La doctrina social de la Iglesia juzga este problema en su aspecto positivo, ya que lo considera más una oportunidad para el desarrollo de los países receptores que un obstáculo (CDSI, 297).

Pasando al apartado de juzgar la Doctrina Social de la Iglesia, a través de sus numerosas intervenciones, nos señala como punto de partida la visión bíblica del fenómeno migratorio. Así el pueblo de Israel, el Pueblo de Dios, fue migrante y experimentó la esclavitud y el trabajo fuera de su tierra. El Talmut recuerda que cada una de las generaciones tiene que considerarse a sí misma como salida de Egipto, lo que nos posiciona a los creyentes como pueblo errante. El extranjero era considerado en Israel como alguien sin derechos y perteneciente a los más pobres de la sociedad, igualándolo al huérfano o a la viuda, (Dt 14,29). En el Nuevo Testamento hay una serie de claves hermenéuticas sobre la acogida del inmigrante. Jesucristo murió fuera de las murallas de la ciudad, su vida pública fue itinerante, de ciudad en ciudad. La familia de Nazaret huye a Egipto perseguida. La preferencia por el pobre manifiesta también la acogida del forastero: “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,…”, (Mt 25,35). La caridad manifestada por Jesucristo en su vida y obras, nos indica el camino a seguir con el emigrante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, (Mt 22,39), siendo la parábola del Buen Samaritano el paradigma radical de la caridad y misericordia, (Lc, 10,30-37).

La Doctrina social de la Iglesia tiene dos ejes principales: la dignidad de la persona, creado a imagen y semejanza de Dios; y La sociabilidad del ser humano, base de nuestro desarrollo como personas. Estos ejes son el punto de partida de la Doctrina social de la Iglesia que entiende la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 como la dirección correcta hacia la solidaridad. Esta solidaridad tiene una vertiente personal, otra comunitaria y otra política. La solidaridad es un imperativo para la ética cristiana que debe moverse desde esas tres vertientes hacia el bien común.

La Doctrina social de la Iglesia nos propone el modo de actuar ante la inmigración. En primer lugar salvaguardar los derechos inalienables de los migrantes (CV, 62), a nivel personal y familiar. Todo individuo tiene derecho a emigrar donde crea más oportuno, (GS, 65). El derecho de los Estados a regular la inmigración basándose en criterios de equidad y equilibrio, (CDSI, 298). Junto al derecho de emigrar hay un “derecho a no emigrar”, ya que lo ideal es que las personas no tengan que abandonar su país. El “derecho a no emigrar” es responsabilidad tanto del Estado de origen como de la comunidad internacional. La globalización crea brechas y desigualdades que deben ser subsanadas por la comunidad internacional. Otra cuestión importante es la integración de los inmigrantes en la sociedad receptora. La Doctrina Social de la Iglesia no acepta ninguna de las dos posturas extremas: asimilación y marginación. Con la primera se impone al inmigrante la aceptación del modelo nacional de convivencia a costa de anular cualquier aspecto social, cultural o religioso. Con esta postura el inmigrante asume todo el esfuerzo de integración. Con la postura de la marginación no se exige al inmigrante ningún esfuerzo de integración, produciéndose a veces “ghettos” culturales y sociales. El término intermedio es el que propugna la Doctrina social de la Iglesia, la integración social del inmigrante que debe aprender la lengua, las leyes, exigencias laborales y sanitarias, aceptación de valores democráticos; y por otro lado el Estado debe impedir la anulación de su identidad cultural.

Como conclusión podemos unirnos a las palabras del Papa Francisco que dirigió en la “VI edición del Forum Internacional “Migración y Paz” sobre integración y desarrollo: de la reacción a la acción.”, donde se indicaban acciones concretas del cristiano ante la inmigración: Cambiar de actitud ante el fenómeno, superar la indiferencia y anteponer a los temores una generosa actitud de acogida hacia aquellos que llaman a nuestras puertas. En segundo lugar proteger al inmigrante como imperativo moral, a través de los instrumentos jurídicos, internacionales y nacionales, claros y pertinentes que luchen contra “los traficantes de carne humana que se lucran”. En tercer lugar promover el desarrollo humano integral, comenzando en las comunidades de origen y promoviendo el derecho de “no tener que emigrar”.


Nomenclatura

CDSI= Compendio Doctrina Social de la Iglesia

CV= Caritas in Veritate

GS= Gaudium et Spes


 

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