Antigua
Grecia
En la antigua Grecia,
el concepto de libertad tiene un sentido fatalista, estaba unido a
las fuerzas de la naturaleza que eran ordenadas por dioses
caprichosos. Con Sócrates es necesario conocerse a si mismo para
conseguir la libertad. Se relaciona libertad con conocimiento, el
sabio es quien consigue la verdadera libertad. Con Platón la
libertad se relaciona con el dominio de si mismo, leemos en Fedro
(256b), “Gracias a su
dominio de sí mismo y su moderación, ha sometido a lo que producía
el vicio del alma y dado libertad a lo que producía su virtud”.
En Aristóteles se relaciona con el acto libre del hombre, leemos en
Metafísica, “El
hombre libre es causa de sí mismo”.
Con la llegada del cristianismo hay una nueva perspectiva, que da
respuesta desde un punto de vista moral al concepto de libertad. El
cristiano es hijo de Dios y puede escoger entre el bien o el mal, una
decisión que no es fácil por la tensión interna entre el pecado y
la virtud. Afirma que existe la libertad frente a los deterministas
que la niegan.
Patrística y
escolástica
Ireneo se refería a la
libertad en el adversus
haereses, en estos
términos: “El
hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y
dueño de sus actos”
(S. Ireneo, adversus
haereses. 4, 4, 3).
Orígenes en su De
principiis y
Tertuliano, en su De
Anima, defienden la
libertad frente a los deterministas. En donde se desarrolla más el
concepto de libertad es con la aparición de
las corrientes heréticas y gnósticas que la niegan o la constriñen.
Los maniqueos, corriente dualista, consideran al hombre como un ser
pasivo influenciado por el principio creador del bien y el del mal,
eliminando toda intervención humana en su salvación. Consideraban
que el hombre no tenía responsabilidad en la maldad humana, que es
causada por el dominio del mal en nuestra vida y no por un
mal uso del auténtica libertad.
San Agustín lucho contra
ellos y los pelagianos en su obra De
libero arbitrio,
donde demostrará que el mal proviene de la naturaleza dañada por el
pecado. Un nuevo concepto aparece con fuerza en San Agustín, la
gracia. Con la ayuda de la gracia de Dios el hombre consigue
liberarse, pudiendo usar su libertad para el fin que fue creada. La
gracia sana y libera. San Agustín maneja dos significados de
libertad, el
libre albedrío, es decir la capacidad de elección sujeta a la
libertad original dañada; y la que define como auténtica libertad,
que dirige al hombre a su santificación por la gracia, la que tienen
los santos en el cielo.
Con la escolástica la
doctrina católica sobre la libertad da un salto definitivo. Con
Santo Tomás de Aquino se establece la relación entre libertad, como
necesidad, y libertad moral, a la luz de la revelación divina. La
libertad se relaciona con la razón y la voluntad, matizada por el
pecado original y la profundización del concepto de gracia, como
hecho trascendente. Leemos
en De Veritate:
«Querer el mal no
es libertad, ni especie de libertad, aunque sea cierto signo de
ella». La elección
del mal no se considera libertad, pero el hombre es mas libre
moralmente al elegir el bien, acrecentando tanto el hábito hacia el
bien y como la virtud. El desarrollo posterior de libertad gira en
torno a los dos conceptos clave: libertad y gracia, el primero como
elemento natural y el segundo como elemento sobrenatural.
La Reforma protestante
En torno a la tensión entre
ambos elementos, natural y sobrenatural, aparece la reforma
protestante, donde se separan de forma insalvable. Lutero separa
gracia y libertad, lo sobrenatural y lo natural. El hombre tras el
pecado original queda corrompido en su naturaleza, por lo que toda
acción del hombre es arrastrada por el dominio del pecado. No hay
auténtica libertad para hacer el bien, porque la propia naturaleza
humana está irreversiblemente dañada por el mal. La justificación
viene por la “no imputación del pecado”, a través de la gracia
y la misericordia divina de Cristo, en virtud solo de sus méritos.
El bautismo no elimina el pecado original, solo la fe en la cruz de
Cristo permite la justificación. La voluntad humana cooperaría con
la gracia de Dios de un modo puramente físico, externo, sin afección
interna, su
justificación en todo caso nunca sería por méritos propios. Con
Calvino esta doctrina llegó hasta su límite, afirmando que había
una predestinación del hombre a condenarse en el infierno. Aunque la
Sagrada Escritura insistiera en la voluntad divina sobre la
universalidad de la salvación, Dios destinaría a la condenación a
algunas almas sin prever siquiera sus desmerecimientos futuros.
Con
el Concilio de Trento, (1546), en el Decreto
sobre el pecado original,
se retoma las enseñanzas magisteriales del Sínodo XV de Cartago
(418) y el II Concilio de Orange (529), respondiendo a las tesis de
Lutero. El pecado original originante fue el pecado de un hombre,
Adán, y por él entró la muerte en el mundo. Este pecado daña a
toda su descendencia, llevando a la muerte del alma, que es el
pecado. El pecado daña a la naturaleza humana pero no elimina su
libertad, aunque se encuentre debilitada. El pecado original
originado se transmite por propagación no por imitación y afecta
interiormente. Cristo es absolutamente necesario para la salvación y
gracias a sus méritos el bautismo elimina el pecado original. Es
necesario el bautismo de los niños que por naturaleza contraen la
culpa original. Aunque el bautismo elimina el pecado original
permanece la concupiscencia, tendencia hacia el pecado, que no daña
a a los que no lo consienten y luchan por la gracia de Cristo. Todo
lo dicho sobre el pecado original no se aplica a la Santísima Virgen
María.
Con las corrientes
positivistas y materialistas que ganaron fuerza en el s.XIX, volvió
a negarse la libertad humana. En la ética kantiana se sustituye la
idea de libertad como obrar bien, por la de independencia y
autonomía. Cualquier exigencia en un sentido u otro sobre la
libertad es coartarla, matizarla o anularla. Las corrientes fideístas
que negaban la libertad y acentuaban la fuerza de la sola fe, fueron
respondidas por Pio IX en el Concilio Vaticano I, 1870, incidiendo en
la demostrabilidad de la libertad. La concepción naturalista del
hombre, las corrientes liberales, anarquistas y cientificistas,
marcarían un nuevo reto para el sentido de libertad cristiana. Lo
trascendente pierde valor en un nuevo sentido luterano de libertad,
eliminando esta vez la gracia y no el libre albedrío como hizo
Lutero.
Bibliografía
General
- Toraño López E., Antropología teológica, Guía de
Estudios ISCCRR, Madrid 2019
- Scola
A., Marengo G., Prades J., Antropología teológica, EDICEP
-
Sagrada
Biblia,
web oficial CEE, https://conferenciaepiscopal.es/biblia/
- Documentos Concilio Vaticano
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http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm
- Catecismo de la Iglesia
Católica, Asociación de Editores del Catecismo
-G.
Lobo, La libertad del hombre,
http://www.es.catholic.net/op/articulos/7185/cat/382/la-libertad-del-hombre.html#modal