viernes, 29 de octubre de 2021

La Libertad (2/3)

Antigua Grecia

    En la antigua Grecia, el concepto de libertad tiene un sentido fatalista, estaba unido a las fuerzas de la naturaleza que eran ordenadas por dioses caprichosos. Con Sócrates es necesario conocerse a si mismo para conseguir la libertad. Se relaciona libertad con conocimiento, el sabio es quien consigue la verdadera libertad. Con Platón la libertad se relaciona con el dominio de si mismo, leemos en Fedro (256b), “Gracias a su dominio de sí mismo y su moderación, ha sometido a lo que producía el vicio del alma y dado libertad a lo que producía su virtud”. En Aristóteles se relaciona con el acto libre del hombre, leemos en Metafísica, “El hombre libre es causa de sí mismo”. Con la llegada del cristianismo hay una nueva perspectiva, que da respuesta desde un punto de vista moral al concepto de libertad. El cristiano es hijo de Dios y puede escoger entre el bien o el mal, una decisión que no es fácil por la tensión interna entre el pecado y la virtud. Afirma que existe la libertad frente a los deterministas que la niegan.

Patrística y escolástica

 
     Ireneo se refería a la libertad en el adversus haereses, en estos términos: “El hombre es racional, y por ello semejante a Dios; fue creado libre y dueño de sus actos” (S. Ireneo, adversus haereses. 4, 4, 3). Orígenes en su De principiis y Tertuliano, en su De Anima, defienden la libertad frente a los deterministas. En donde se desarrolla más el concepto de libertad es con la aparición de las corrientes heréticas y gnósticas que la niegan o la constriñen. Los maniqueos, corriente dualista, consideran al hombre como un ser pasivo influenciado por el principio creador del bien y el del mal, eliminando toda intervención humana en su salvación. Consideraban que el hombre no tenía responsabilidad en la maldad humana, que es causada por el dominio del mal en nuestra vida y no por un mal uso del auténtica libertad. 
 
    San Agustín lucho contra ellos y los pelagianos en su obra De libero arbitrio, donde demostrará que el mal proviene de la naturaleza dañada por el pecado. Un nuevo concepto aparece con fuerza en San Agustín, la gracia. Con la ayuda de la gracia de Dios el hombre consigue liberarse, pudiendo usar su libertad para el fin que fue creada. La gracia sana y libera. San Agustín maneja dos significados de libertad, el libre albedrío, es decir la capacidad de elección sujeta a la libertad original dañada; y la que define como auténtica libertad, que dirige al hombre a su santificación por la gracia, la que tienen los santos en el cielo.

    Con la escolástica la doctrina católica sobre la libertad da un salto definitivo. Con Santo Tomás de Aquino se establece la relación entre libertad, como necesidad, y libertad moral, a la luz de la revelación divina. La libertad se relaciona con la razón y la voluntad, matizada por el pecado original y la profundización del concepto de gracia, como hecho trascendente. Leemos en De Veritate: «Querer el mal no es libertad, ni especie de libertad, aunque sea cierto signo de ella». La elección del mal no se considera libertad, pero el hombre es mas libre moralmente al elegir el bien, acrecentando tanto el hábito hacia el bien y como la virtud. El desarrollo posterior de libertad gira en torno a los dos conceptos clave: libertad y gracia, el primero como elemento natural y el segundo como elemento sobrenatural. 
 

La Reforma protestante

 
    En torno a la tensión entre ambos elementos, natural y sobrenatural, aparece la reforma protestante, donde se separan de forma insalvable. Lutero separa gracia y libertad, lo sobrenatural y lo natural. El hombre tras el pecado original queda corrompido en su naturaleza, por lo que toda acción del hombre es arrastrada por el dominio del pecado. No hay auténtica libertad para hacer el bien, porque la propia naturaleza humana está irreversiblemente dañada por el mal. La justificación viene por la “no imputación del pecado”, a través de la gracia y la misericordia divina de Cristo, en virtud solo de sus méritos. El bautismo no elimina el pecado original, solo la fe en la cruz de Cristo permite la justificación. La voluntad humana cooperaría con la gracia de Dios de un modo puramente físico, externo, sin afección interna, su justificación en todo caso nunca sería por méritos propios. Con Calvino esta doctrina llegó hasta su límite, afirmando que había una predestinación del hombre a condenarse en el infierno. Aunque la Sagrada Escritura insistiera en la voluntad divina sobre la universalidad de la salvación, Dios destinaría a la condenación a algunas almas sin prever siquiera sus desmerecimientos futuros.    
 
    Con el Concilio de Trento, (1546), en el Decreto sobre el pecado original, se retoma las enseñanzas magisteriales del Sínodo XV de Cartago (418) y el II Concilio de Orange (529), respondiendo a las tesis de Lutero. El pecado original originante fue el pecado de un hombre, Adán, y por él entró la muerte en el mundo. Este pecado daña a toda su descendencia, llevando a la muerte del alma, que es el pecado. El pecado daña a la naturaleza humana pero no elimina su libertad, aunque se encuentre debilitada. El pecado original originado se transmite por propagación no por imitación y afecta interiormente. Cristo es absolutamente necesario para la salvación y gracias a sus méritos el bautismo elimina el pecado original. Es necesario el bautismo de los niños que por naturaleza contraen la culpa original. Aunque el bautismo elimina el pecado original permanece la concupiscencia, tendencia hacia el pecado, que no daña a a los que no lo consienten y luchan por la gracia de Cristo. Todo lo dicho sobre el pecado original no se aplica a la Santísima Virgen María. 
 
    Con las corrientes positivistas y materialistas que ganaron fuerza en el s.XIX, volvió a negarse la libertad humana. En la ética kantiana se sustituye la idea de libertad como obrar bien, por la de independencia y autonomía. Cualquier exigencia en un sentido u otro sobre la libertad es coartarla, matizarla o anularla. Las corrientes fideístas que negaban la libertad y acentuaban la fuerza de la sola fe, fueron respondidas por Pio IX en el Concilio Vaticano I, 1870, incidiendo en la demostrabilidad de la libertad. La concepción naturalista del hombre, las corrientes liberales, anarquistas y cientificistas, marcarían un nuevo reto para el sentido de libertad cristiana. Lo trascendente pierde valor en un nuevo sentido luterano de libertad, eliminando esta vez la gracia y no el libre albedrío como hizo Lutero.

 

Bibliografía

General

- Toraño López E., Antropología teológica, Guía de Estudios ISCCRR, Madrid 2019

- Scola A., Marengo G., Prades J., Antropología teológica, EDICEP

- Sagrada Biblia, web oficial CEE, https://conferenciaepiscopal.es/biblia/

- Documentos Concilio Vaticano II, web oficial del Vaticano, http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/index_sp.htm

- Catecismo de la Iglesia Católica, Asociación de Editores del Catecismo

-G. Lobo, La libertad del hombre, http://www.es.catholic.net/op/articulos/7185/cat/382/la-libertad-del-hombre.html#modal

 

 

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